Mi madre vive mal lo de envejecer

A mi madre lo de envejecer no lo lleva para nada bien. Y desde que cumplió los setenta, ¡ni os cuento! Siempre está con: “ay… ¡con lo que saltaba yo antes a la comba! ¡Con lo que corría yo por los cerros de San Jorge!” y patatín y patatán… Por ello, el otro día le encargué en Ediciones Aljibe, una editorial que nació en Málaga en el año 1990, con el deseo de plasmar en un libro las inquietudes de algunos profesionales de la educación y la psicología, un libro de educación para personas adultas que trata desde la teoría a la práctica del arte de envejecer con humor. Los autores del ensayo son Jesús Damián Fernández Solís y Mª del Rosario Limón Mendizábal. Se lo compré porque ya estaba más que cansada de escuchar continuamente sus quejas. Porque por mucho que le dijera que era normal que no gozara ya a su edad de la misma agilidad y buena salud de la que disfrutaba cuando tenía veinte o incluso cuarenta años, ¡pues ella se empeñaba en repetir incansablemente la misma plegaria! Me madre me irritaba pero a la vez me daba pena.

Ya no era aquella mujer de antaño hecha de roble pero ágil como el junco, aquella mujer fuerte y dulce a la vez, aquella mujer risueña y alegre que recordaba yo. Había cambiado mucho desde su jubilación. Ella tan activa, de pronto se sintió inútil. Además, yo llevaba muchos años viviendo en Andalucía y ella en Asturias. No nos podíamos ver como a ella y a mí nos hubiera gustado. Tampoco le había dado nietos. Nunca había sentido yo la necesidad de ser madre a pesar de trabajar con ellos (soy maestra de Primaria), y eso sí que siempre fue un tema doloroso para ella. Le costó mucho asimilarlo pero así eran las cosas y lo tuvo que aceptar a su pesar.

Debes cambiar el chip

La última vez que hablé con ella por teléfono le dije: “Mamá, ¡debes cambiar el chip! ¡Pero ya!” y le comenté que le había encargado un libro de autoayuda que trataba de cómo envejecer con humor, el cual de hecho no le tardaría en llegar, añadí. En él se daba a conocer la importancia de guardar siempre un buen humor en la vida para gozar de un  envejecimiento activo y saludable. “¡Me llamas vieja, hija!”, se ofendió, y la tuve que tranquilizar asegurándole que no pensaba en absoluto eso de manera peyorativa, pero que había que ser objetiva y que el tiempo pasaba para todo el mundo, que era un hecho indiscutible y que si quería seguir alerta y a gusto consigo misma debía de aceptarlo y hacerlo con humor. Me prometió que se lo leería y colgó… Mi madre y yo nos queremos mucho pero somos muy diferentes, para ella lo más importante siempre fue que económicamente no me faltara de nada (ella había vivido la terrible posguerra con sus penurias y hambruna), y al quedarse viuda joven (con apenas treinta y cinco años), pues tuvo que sacarme adelante sola y para ello tuvo que trabajar muchísimo. Yo, por lo contrario, siempre me interesó mucho más todo lo relacionado con la pedagogía, psicología, etcétera.

El dinero por supuesto era necesario, ¡pero no era lo primero! En fin, que a los pocos días me llamó ilusionada –la verdad es que yo llevaba una eternidad sin oírla hablar de forma tan entusiasta– para decirme que el libro le había encantado y permitido comprender muchas cosas. Había entendido en efecto que guardar siempre el buen humor podía ser un elemento clave para un envejecimiento activo y para el desarrollo y vivencias de las emociones positivas y el bienestar emocional.

Por esa misma razón, se había apuntado a gimnasia y a un taller transversal sobre el envejecimiento activo en el que esperaba conocer a gente interesante. También añadió que estaba pensando en irse unos días a un balneario de la costa para relajarse y descansar de forma saludable. Me alegré un mogollón. La forma de ver y de abordar su vejez y la vida en general en mi madre había dado un giro a 180º, y eso se lo debía en cierto modo a la estupenda editorial malagueña Ediciones Aljibe, cuyos libros y colecciones eran de altísima calidad, no por nada llevaba yo también sirviéndome de algunos de ellos, pero en el área de las necesidades especiales en niños y adolescentes, en mi aula cada año desde hacía más de una década.

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