Contaba mi abuelo una historia cada vez que visitábamos el puerto pesquero en la ciudad en la que pasábamos las vacaciones, en su casa. “El secreto de la pesca a gran escala está en las cuerdas de nylon, un material resistente que lo aguanta todo”. A mí me fascinaba la cantidad de pescados que sacaban los barcos en sus redes y siempre le preguntaba cómo lo hacían, a lo que el respondía con la coda anterior; no con esas mismas palabras, pero es lo que se me quedó a mí grabado. Como yo estaba acostumbrado a las redes enclenques de las porterías de mi colegio, que se rompían casi con meter un gol en el que el disparo fuese un poco más fuerte, me quedaba embobado mirando las grandes cantidades de peces que transportaban desde el mar esas redes robustas, que aparentemente no parecían resistir tanto.
Solíamos ir a la lonja o al puerto a ver cómo descargaban las cargas. Se puede decir que crecí con ese olor a fresco que aún hoy, años después sigo rememorando con todo lujo de detalles. Kilos y kilos de pescado fresco, recién pescado entraban cada mañana en el mercado gracias al trabajo de los pescadores, que se jugaban el pellejo para que nosotros pudiésemos comer esas pequeñas delicias (sí, yo era de los niños raros a los que les gusta el pescado desde pequeños). Mi abuelo me hablaba a menudo de los pescadores. Él lo había sido cuando era más joven, pero hacía años que había dejado ya la pesca. Quizás por eso saludaba a tanta gente cuando acudíamos al puerto, ahora que lo pienso.
Una mañana, en la que seguro que yo le habría vuelto a preguntar los mecanismos de la pesca y los porqués de que las redes no se rompiesen a pesar de cargar grandes volúmenes de pescado, me llevó a esta fábrica de cuerdas y me enseñó las cuerdas con las que se fabrican las redes de pesca. “¿Ves? Esta cuerda es tan fuerte que ni con toda tu fuerza la podría romper ni un poquito”, me acuerdo perfectamente que me dijo. Y también me acuerdo de que compró una pieza de cuerda de nylon, probablemente un metro, no mucho más, y por la tarde me enseño a hacer nudos marineros y enganches. Cuando terminamos de jugar con ella, hizo una especie de muñeco a base de pequeños nudos, que aún guardo por casa con muchísimo cariño.
Esta historia puede servir como metáfora de que a veces las pequeñas cosas son las más importantes para que algo salga bien. De hecho, en cierto modo creo que así fue a lo largo de mi vida, en la que en determinados momentos he recordado la voz de mi abuelo advirtiéndome de la resistencia de las cuerdas de nylon para transportar grandes cargas y soportar grandes roces y fricciones. Los elementos invisibles, esos en los que nadie repara a veces, son los más importantes, los indispensables, esos que, sin ellos, el proyecto podría venirse abajo con total facilidad.
Las cuerdas ofrecen, para muchos trabajadores, una salida única. Si no hay cuerda en la empresa, es muy probable que muchos trabajadores no puedan realizar sus trabajos. Sin embargo, ¿quién repara en la cuerda cuando no es para suministrarla o, precisamente, cuando falta y su ausencia nos impide hacer algo?
De la misma manera que las cuerdas, el marketing, elemento primordial de nuestro estudio, actúa de forma imperceptible. Muchos no se dan cuenta de que está, pero sus mecanismos son capaces de proporcionar grandes resultados a las marcas que se lanzan a su conquista. Invisible no significa inexistente, por supuesto. Lo que no se percibe a simple vista puede ser incluso más importante que lo más grande. De esta forma, podemos asegurar que el marketing actúa de una forma similar a las cuerdas de esta historia, soportando grandes cargas sin que la mayoría de ojos inocentes se percaten de sus efectos de forma consciente. Pero están, claro que están: quítaselas, si no, a una empresa que base su estrategia de venta y fidelización en estas técnicas y veremos qué pasa. Quítales las cuerdas de nylon a los pescadores y veremos el resultado.